Ni el sueño,—á pesar de las dos noches anteriores de vigilia,—vino á traerla reposo.
Porque, al entregarse á él, vió en Ostrianum á Neron, á la cabeza de un ejército de augustianos, bacantes, coribantes y gladiadores.
Allí el César aplastaba multitudes de cristianos bajo su carro exornado con guirnaldas de rosas; y Vinicio la cogía por el brazo, la arrastraba hasta la cuadriga y estrechándola contra su pecho, decíala al oído. «Ven con nosotros.»
CAPÍTULO XXVII
Desde aquel momento Ligia dejóse ver más de tarde en tarde en la sala común, y se aproximó con menos frecuencia al lecho del enfermo.
Pero la paz no tornaba á su servoba que Vinicio la seguía con mirada suplicante; que vivía pendiente de cada palabra suya, cual de un favor inestimable; que sufría y no osaba quejarse, por temor de alejarla con ello de su lado; que para él solo ella era la felicidad y la salud.
Y entonces abríasele el pecho á la compasión más honda.
Pronto reparó asimismo en que mientras más se afanaba por evitar su proximidad, más le compadecía, y en que á la par de esa compasión ibanse despertando en ella sentimientos de mayor y más intensa ternura.
Y la paz pareció entonces abandonarla por completo.
En ocasiones decíase que su deber primordial era estar siempre á su lado; en primer lugar, porque la religión de Cristo prescribe volver bien por mal; y luego, porque acaso en sus frecuentes conversaciones con él bien pudiese atraerlo á su fé.
Pero al mismo tiempo su conciencia le advertía que esa era una tentación á que se aventuraba; que lo que hácia él ibale atrayendo con imperio no era otra cosa que el amor