nuestras montañas, olorosas de tomillo, á nuestros olivares sombrosos, á nuestras riberas orladas de hiedra.
»Te aguardan aquí una paz que no has conocido en mucho tiempo y corazones que te aman sinceramente.
Y tú, que tienes un alma noble y buena, debieras de ser feliz.
»Tu clara percepción, como ninguna, es apta para recocer la verdad y para amarla una vez reconocida.
»Ser enemigo de ella, como César y Tigelino, es posible, pero á nadie puede serle indiferente.
¡Oh, Petronio mío! A Ligia y á mí nos asiste la consoladora esperanza de verte luego.
»Consérvate bien, sé feliz, y ven á nosotros.» Petronio recibió esta carta en Cumas, á donde había ido con otros augustanos acompañando al César.
Su lucha de largos años con Tigelino, aproximábase á su término.
Petronio sabia ya que debía caer vencido en aquella contienda, y comprendía muy bien por qué. Como el César descendía cada día más á los papeles de comediante, bufón y auriga; como cada día hundíase más en el lodazal de una grosera, enfermiza y abyecta disipación, aquel exquisito árbitro del buen gusto empezaba á ser para él una simple carga.
Aun cuando Petronio guardaba silencio, Nerón veía un agravio en tal silencio; y cuando el árbitro elogiaba, al César antojábasele traslucir el ridículo al través de sus elogios.
Aquel brillante patricio mortificaba su amor propio y mantenía en acecho su envidia.
Y sus riquezas y sus espléndidas obras de arte habían llegado también á ser objeto de codicia, tanto para el gobernante como para su todopoderoso ministro.
Hasta entonces habíase perdonado la vida á Petronio solamente en vista del viaje á Acaya en perspectiva, en el cual viaje su buen gusto, su profundo conocimiento de