irresistible como el del Océano y nada habría que tuviera el poder de prevalecer contra ella.
Y al pensar así alzaba la vista al cielo y decía: —¡Oh, Señor! Tú me mandaste á conquistar esta ciudad, señora del mundo, y la he conquistado. Tú me mandaste á fundar aqui tu capital, y aquí la he fundado. Esta es ahora tu ciudad, joh, Señor! y ahora vuelvo hacia Ti, porque ya se halla terminada mi ardua labor.
Y al llegar delante de los templos decía: —Seréis templos de Cristo.
Al contemplar las multitudes que ante su vista iban pasando, les decía también: —Vuestros hijos habrán de ser siervos de Cristo.
Y continuaba avanzando convencido ya de que había triunfado, consciente de los servicios prestados á la causa de Dios, consciente de su poder, complac grandesereno, Los soldados le condujeron por el Pons Triumphalis (Puente Triunfal), cual si dieran testimonio involuntario de su triunfo, y más adelante le llevaron hacia la Naumaquia y el Circo.
Los fieles transtiberianos se agregaron entonces á la procesión; y se reunió así una multitud de pueblo tan considerable que el centurión que iba al mando de los pretorianos hubo de comprender por fin que iba á la sazón conduciendo á un sumo pontifice rodeado de creyentes, y se sintió alarmado á causa del corto número de soldados que le custodiaban.
Pero no se alzó grito alguno de cólera ó de indignación entre la multitud.
Los hombres, penetrados de la grandeza de aquel momento, presentaban en sus rostros un aire solemne y lleno de recogimiento.
Algunos creyentes, al recordar que á la muerte del Señor habíase abierto la tierra y los muertos se habían levantado de sus tumbas, pensaron que acaso ahora tam-