donde multitud de edificios blancos, recientemente construidos, brillaban á la luz de la luna.
La ciudad hallábase desierta. Solamente en uno que otro barrio veíase á grupos de individuos coronados de hiedra, cantando y bailando delante de los pórticos al son de flautas, disfrutando así de la hermosura excepcional de aquella noche y de la regocijada estación de fiestas, las cuales no habían tenido interrupción desde el principio de los juegos.
Solamente cuando se encontraban ya cerca de la casa, dejó de orar Ursus, y dijo á Vinicio en voz baja, cual si temiese despertar á Ligia: —Señor: ha sido el Salvador quien la ha librado de la muerte. Cuando yo la ví en los cuernos del toro, escuché que en el fondo de mi alma decíame una voz: «¡Defiendelal Y esa era la voz del Cordero. La permanencia en la prisión me había quitado las fuerzas; pero El me las devolvió todas en aquel momento, y El también movió á ese pueblo cruel, á fin de que se pusiera de parte de ella. ¡Hágase su voluntad!
Viricio contestó: —Ensalzado sea su nombre!
Y nada mas pudo agregar, porque en ese propio instan.te sintió que una onda de lágrimas hinchaba su pecho y pugnaba por brotar á sus ojos.
Sentiase dominado por un anhelo irresistible de echarse á tierra y agradecer á voces al Salvador su prodigio y su misericordia.
Entre tanto, acababan de llegar á la casa.
Los sirvientes, advertidos por un esclavo que había sido despachado con anticipación, salieron en grupo á su encuentro.
Pablo de Tarso había hecho regresar de Ancio á la mayor parte de aquellos sirvientes.
A todos éranles perfectamente conocidos los infortunios de Vinicio; de manera que su gozo al ver de nuevo sanas