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QUO VADIS

vuestra vida, ni vuestras fiestas, ni vuestras impudicias, ni vuestros crímenes.

—¿Qué fenómenos están operándose en ti? ¿Eres cristiano?

El joven se tomó la cabeza con ambas manos y repitió con desesperada entonación: —Todavía no! Todavía nol

CAPÍTULO XXXII

Petronio se encaminó á su casa encogiéndose de hombros y grandemente disgustado. Parecíale evidente ahora que entre él y Vinicio no podría existir ya inteligencia posible desde que sus almas se habían separado por completo.

Hubo un tiempo en que Petronio ejercía un gran ascendiente sobre el joven soldado. Había sido para él un modelo en todo, y con frecuencia unas cuantas palabras irónicas suyas bastaban para refrenar á Vinicio ó para inducirlo á una resolución cualquiera.

Al presente, nada quedaba de todo eso y tan trascendental era el cambio, que Petronio ni siquiera intentó poner en práctica sus antiguos métodos, penetrado ya de que su ironía y su ingenio habrían de estrellarse inútilmente contra los nuevos principios que el amor y el contacto con la incomprensible sociedad de los cristianos habían inculcado en el alma de Vinicio.

Comprendió aquel veterano excéptico que había perdido la llave de esa alma. Y este convencimiento le llenó de contrariedad y hasta de temor, el cual llegó á su colmo al meditar acerca de los episodios ocurridos esa noche.

—Si de parte de la Augusta no ha sido este un fugaz devaneo sino un deseo más duradero—pensó Petronio—hade suceder una de estas dos cosas: ó Vinicio no se le resistirá y en ese caso puede sobrevenir su ruina á consecuencia de cualquier accidente, ó, lo que se halla en harmonia con