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QUO VADIS

Al pensar en que Ligia se hallaba en medio de tanta miseria, de todo aquel infortunio, se le erizaban los cabellos y hubo de ahogar un grito de desesperación.

El anfiteatro, las garras de las fieras, la cruz, cualquiera cosa era preferible á esas horribles mazmorras, llenas de olor á cadáver, á esos sitios espantosos, en donde por todas partes se oían suplicantes voces que gritaban: —¡Llévesenos luego á la muerte!

Vinicio hincóse las uñas en las palmas de las manos, pues sentía que las fuerzas y la presencia de ánimo le iban abandonando.

Todo lo que hasta entonces había sentido, todo su amor y toda su amargura, se veían ahora transformados en un anhelo único: ver llegar la muerte cuanto antes.

En ese momento sintió á su lado la voz del sobrestante de las «fosas pútridas» que decía: —¿Cuántos cadáveres tenéis hoy?

—Como una docena,—contestó el guardián de la prisión; —pero habrá más antes del amanecer, pues algunos están agonizando junto a las murallas. Y siguió quejándose de que habla mujeres que ocultaban á sus hijos muertos á fin de conservarlos más tiempo á su lado y que no fuesen arrojados á las «fosas pútridas.» —Nos vemos en la precisión, añadió,—de descubrir los cadáveres primero por el olor; y así, este aire, tan viciado ya, se vuelve cada vez mas infecto. Preferiría ser esclavo en alguna prisión rural, que á seguir custodiando estos perros que aquí se están pudriendo en vida...

El sobrestante de la fosa común intentó consolarlo diciéndole que él mismo no tenía un oficio menos detestable.

Este diálogo hizo que Vinicio tornase á realidad, y empezó á registrar empeñosamente la prisión en busca de Ligia, temeroso, entretanto, de no encontrarla ya viva.

Una cantidad de sótanos hallábanse comunicados por medio de pasadizos recientemente hechos, y los conductos