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QUO VADIS

los hombres, imposible es que no se distraiga su atención.

—¡Ah, esos cristianos!—replicó Nerón apretando los puños.—Incendiaron á Roma y ahora me injurian por añadidura. ¿Qué nuevos castigos podré inventar para ellos?

Petronio vió que había entrado por mal camino y que eetaban sus palabras produciendo un efecto contrario al que se había él propuesto; así, pues, á fin de distraer la atención del César por otro lado, se inclinó hacia él y le dijo al oido: —Tu canción es maravillosa, pero te he de hacer una observación: en el cuarto verso de la tercera estrofa deja el metro algo que desear.

Nerón se ruborizó intensamente, cual si le hubieran sorprendido en algún acto vergonzoso, pintóse una expresión de temor en su mirada, y contestó en voz baja también: —Tú lo ves todo. Ya lo sé. He de rehacer ese verso.

Pero, creo que ningun otro lo ha notado: Y tú, por amor de los dioses, no hables de ello á nadie, si estimas la vida.

A esto contestó Petronio, cual si estallara en indignación y cólera: —Condéname á la última pena, joh divinidad! si te engaño; pero no me has de atemorizar, porque saben los dioses, mejor que nadie, si yo temo á la muertel Diciendo así, miró fijamedte á los ojos del César, quien contestó al cabo de algunos minutos: —No te enfades; bien sabes que te amo.

—¡Mala señall—pensó Petronio.

—Había pensado invitarte hoy á una fiesta,—repuso Nerón;—más, prefiero encerrarme y pulir ese maldito verso de la tercera estrofa. Por otra parte, fuera de ti, bien puede haberlo notado Séneca, y acaso también Segundo Carinas, pero yo me libraré prontamente de ellos.

Hizo entonces llamar á Séneca y le declaró que lo mandaba con Acrato y Segundo Carinas á Italia y las demás provincias en busca de dinero, el cual debía sacarlo de las