Un inmenso velarium (pabellón) de púrpura ponía á los espectadores á cubierto de los rayos del sol.
Por entre las hileras de asientos había pebeteros dispuestos de trecho en trecho para quemar perfumes de la Arabia, y encima de dichos asientos habíase adaptado unos aparatos especiales paro rociar á los espectadores con agua de azafrán y de verbena.
Los renombrados arquitectos Severo y Céler habían des plegado toda su habilidad en la construcción de este anfiteatro, con el propósito de que fuese á la vez incomparable y capaz de ofrecer cabida á un número de espectadores superior al que circo alguno hubiese contenido jamás.
De ahí que, en el día fijado para dar comienzo á los ludus matutinus, una inmensa muchedumbre se hallaba desde el alba aguardando la hora de la apertura de las puertas y escuchando con delicia entretanto los rugidos de los leones, el ronco gruñir de las panteras y los aullidos de los perros.
Habíase mantenido sin alimento á las fieras desde hacía dos días, limitándose sus cuidadores á presentarles algunos pedazos de carne sanguinolenta, á fin de excitar con más intensidad su rabia y su hambre.
Y por momentos levantábase tal huracán de feroces rugidos, que la plebe instalada á las puertas del Circo no podia hacerse escuchar en la conversación y los más timidos palidecían de temor.
Al salir el sol se dejó oir desde el interior del Circo un himno que entonaban voces sonoras á la vez que apacibles.
Y las gentes alli reunidas escuchaban maravilladas aquellos cánticos y se decían: «Los cristianos! ¡Los cristianos! » Efectivamente, muchos de éstos habían sido trasladados al anfiteatro la noche anterior y no sólo de una de las cárceles, como antes habíase proyectado, sino un grupo de indivíduos de cada cárcel.
Y se sabía entre la multitud que los espectáculos habrían de durar semanas y hasta meses, pero se dudaba