mirando fijamente á los ojos del griego, le dijo con voz reprimida: —Tú fuiste quien traicionó á Ligia?
—¡Oh, Coloso de Memnon!—exclamó Chilo con aire medroso.
Pero en los ojos de Vinicio, nada había de amenazante; visto lo cual, por Chilo, proto se desvaneció su temor.
Recordó además que contaba con la protección de Tigelino y del mismo César, es decir, de un poder, ante el cual, temblaban todos,—que tenía á su lado esclavos robustos y que Vinicio estaba allí delante de él inerme, con el semblante demacrado é inclinado el cuerpo al peso del sufrimiento.
Y al reparar en todo esto, volvióle toda su insolencia.
Fijó en Vinicio los ojos, cuyos párpados se hallaban enrojecidos, y le contestó en voz baja: —Sí, pero tú, cuando me estaba yo muriendo de hambre, me hiciste azotar.
Por espacio de un momento, ambos guardaron silencio; luego repitió Vinicio con sorda voz: —Cierto es que te ofendi, Chilo.
Irguióse entonces el griego, y castañeando los dedos, lo que en Roma era una demostración de burla y desprecio, contestó con voz tan fuerte, que todos pudieran oirle en derredor: —Amigo, si tienes alguna petición que presentarme, ven á mi casa del Esquilino, por la mañana, á la hora que recibo á los conocidos y á mis clientes, después del baño.
E hizo una señal con la mano, vista la cual por los egipcios, alzaron nuevamente la litera y los esclavos de las túnicas amarillas, continuaron gritando, á la par que blandían sus varas: —Abrid paso á la litera del noble Chilo Chilonides!
¡Pasol ¡Paso!