Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/234

Esta página no ha sido corregida
230
QUO VADIS

tan esencial en sus asuntos, mirábalos con el interés que habría despertado en él una gran tragedia.

Ahora, no perdía la esperanza de que Vinicio hubiérase adelantado á los pretorianos y huido con Ligia, ó que, en el peor de los casos, la hubiera rescatado del poder de aquellos.

Pero, á la vez habría deseado tener de ello certidumbre, pues preveia que iba á encontrarse en el caso de contestar á las preguntas para las cuales era preferible estar preparado.

Detúvose por fin frente á la casa de Tiberio, bajó de la litera y al cabo de pocos instantes encontróse en el atrium, lleno á la sazón de angustianos.

Los amigos de la víspera, si bien sorprendidos de que el árbitro hubiera recibido invitación, hiciéronse á un lado; pero Petronio pasó por en medio de ellos, hermoso, despreocupado, sonriente, y tan lleno de confianza en sí mismo, como si en sus manos estuviera el distribuir favores en derredor suyo.

Y algunos, al verle en esa disposición, sintiéronse alarmados en su interior, temiendo haberle manifestado indiferencia demasiado temprano.

El César, no obstante, fingió no verle y no contestó á su saludo, pareciendo estar muy engolfado en la conversación.

Pero Tigelino se le acercó y le dijo: —Buenas noches, Albiter Elegantiarum. ¿Todavía persistes en afirmar que no fueron los cristianos quienes incendiaron a Roma?

Petronio se encogió de hombros y golpeando á Tigelino en la espalda, como pudiera hacerlo con un liberto, dijo: —Tú sabes, tan bien como yo, qué pensar sobre ese punto.

—Yo no me atrevo á competir contigo en sabiduría.

—Razón tienes, porque si de tal competencia fueras capaz, cuando el César nos lea su nuevo libro de la Troya-