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QUO VADIS

semejante. ¿Y habéis notado cómo me vino espontánea y súbitamente?

—¡Oh, incomparable! — exclamaron en coro muchas voces.

Nerón escribió el pensamiento, y dijo: —Sí, la venganza pide una víctima.

Y echando una mirada sobre los que le rodeaban, agregó: —¿Si corriéramos la voz de que Vatinio había ordenado el incendio de la ciudad y lo entregásemos á la cólera del pueblo?

—¡Oh, divinidad! ¿Quién soy yo?—exclamó Vatinio.

—Cierto! Se requiere persona de más importancia. ¿Será entonces Vitelio?

Vitelio púsose pálido, más, dominándose y riendo contestó: —Mi gordura podría renovar el incendio.

Pero Nerón tenía otra cosa en la mente; abrigaba el propósito fijo de encontrar una victima que pudiese en realidad saciar la cólera de pueblo, y la encontró.

Así, pues, al cabo de un momento, dijo: —Tigelino, ¡tú fuiste quien incendió a Romal El temor hizo estremecerse á todos los presentes. Comprendieron que el César había dejado ya de hablar en chanza y que se acercaba un momento de tremenda expectación.

El semblante de Tigelino se contrajo en tal manera, que sus labios parecieron los de un perro rabioso en actitud de morder.

—Yo puse fuego á Roma por orden tuyal—dijo.

Y aquellos dos hombres se miraron como dos demonios.

Siguió un silencio tan profundo, que pudo á la sazón escucharse has el vuelo de una mosca.

Tigelino,—dijo por último Nerón,—¿me eres adicto?

—Tú lo sabes, señor.