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QUO VADIS

gial ¡Qué vida la nuestra entonces, consagrada solamente al amor, á la contemplación de la naturaleza: —las flores, el mar, el firmamento—á la adoración de Dios, y á la práctica de la verdad y el bien!

Y ambos, silenciosos, entregáronse y la consideración de las perspectivas encantadas del futuro, mientras Vini cio atraía más estrechamente á sí á la joven, y al hacerlo brillaba su anillo de caballero á los rayos de la luna.

Y entre tanto, en las habitaciones cercanas, ocupadas por pobres gentes de trabajo, dormían todos y ni el más tenue murmurio perturbaba la calma de la noche.

—¿Me permitirás ver á Pomponia?—preguntó Ligia.

—Sí, amada mía. Les invitaremos á nuestra casa, ó iremos nosotros á la suya. Si lo deseas, llevaremos también á Pedro, el Apóstol. Pablo nos visitará asimismo y ha de convertir á Plancio. Y así como los soldados romanos fundaron colonias en territorios distantes, así nosotros fundaremos también una colonia de cristianos.

Ligia le tomó una mano y quiso llevarla á sus labios; más Vinicio la dijo muy quedo, cual si temiera que el más leve rumor pudiese ahuyentar al ángel de la felicidad: —No, Ligia, no! Yo soy quien debe rendirte homenaje de amor y adoración: dame tus manos.

—¡Marco, yo te amol Y el joven se apoderó de las manos de Ligia, blancas como jazmines, y las llevó tiernamente á sus labios.

Y por espacio de algunos momentos ambos escucharon tan solo el latir de sus amantes corazones. En la atmósfera no se advertia el más leve soplo; y los cipreses, inmóviles, habríase dicho que eran también seres animados que mantenían en suspensión sus alientos ante aquella inefable escena de amor.

De súbito fué interrumpido oncio por una especie de trueno sordo y ronco, cual si brotara de las hondas concavidades de la tierra.