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Si un ministro francés —no nombro a ninguno— encontrase unos albaneses dispuestos a fusilar en cuanto les diesen la orden, y si en una gran comida se deshiciera de los adalides políticos de la izquierda, su acción sería de hecho la misma que la del bajá de Egipto, y en moral, cien veces más culpable, porque el asesinato no entra en nuestras costumbres.

Pero este ministro destituye a numerosos electores liberales, a obscuros empleadas de los ministerios, asusta a otros muchos y consigue así que se hagan unas elecciones a su gusto. Si Mehemet-Alí fuera ministro en Francia, no podría hacer más, y, sin duda, el ministro de Francia, si mandara en Egipto, se hubiera visto obligado a recurrir a los fusilamientos, porque las destituciones parece que no producen ningún efecto moral entre los mamelucos.

La San Bartolomé fue un gran crimen, hasta para su tiempo; pero yo insisto en que una matanza en el siglo XVI no puede ser tan criminal como una en el siglo XIX. Añadamos que la mayor parte de la nación intervino en ella de hecho o dándola su asentimiento, pues todos se armaron contra los hugonotes, a quienes consideraban como extranjeros y enemigos.

La San Bartolomé fue una insurrección nacional semejante a la de los españoles en 1808, y los burgueses de París, asesinando a los herejes, creían firmemente obedecer la voz del cielo.

No incumbe a un narrador de cuentos como yo