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Por ejemplo, yo he leído en L'Etoile esta nota concisa:


«La señorita de Chateauneuf, una de las amiguitas del rey, estaba casada por amor con Antinotti Florentin, cómitre de galeras en Marsella, y habiéndole encontrado robando, le mató virilmente con sus propias manos.»


Con esta anécdota y con tantas otras, de las cuales se halla plena la obra de Brantome, rehago en mi espíritu un carácter, y puedo resucitar tal como era una dama de la corte de Enrique III.

Me parece curioso comparar aquellas costumbres con las nuestras, y observar en estas últimas la decadencia de las pasiones enérgicas en provecho de la tranquilidad, o tal vez de la dicha. Queda, sin embargo, la duda de saber si nosotros valemos menos que nuestros ancestrales, lo cual no es fácil resolver, porque a través de los tiempos varían mucho las ideas en relación con las mismas acciones.

Un asesinato o un envenenamiento no inspiraban en 1500 los sentimientos de repulsión que producen en la actualidad. Un caballero mataba a su enemigo a traición; pedía luego que le perdonasen; obtenía el perdón, y volvía a presentarse en el mundo, sin que nadie le pusiera mala cara. Y si el asesinato tenía por causa una venganza legítima, se hablaba del asesino como lo hacemos hoy del hombre de mundo que, gravemente ofendido por un impertinente, le ha matado en duelo.