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En su boca ardiente yo bebí los vinos,
Y pinzas rosadas, sus dedos divinos,
Me dieron las fresas y los langostinos.

Yo la vestimenta de Pierrot tenía,
Y aunque me alegraba y aunque me reía,
Moraba en mi alma la melancolía.

La carnavalesca noche luminosa
Dió a mi triste espíritu la mujer hermosa,
Sus ojos de fuego, sus labios de rosa.

Y en el gabinete del café galante
Ella se encontraba con su nuevo amante,
Peregrino pálido de un país distante.

Llegaban los ecos de vagos cantares;
Y se despedían de sus azahares
Miles de purezas en los bulevares.

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