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Con un saludo alegre de voces de mujeres.
Y los faros celestes prendían sus farolas,
Mientras temblaba el suave crepúsculo violeta.
«Adiós -dije- países que me fuisteis esquivos;
Adiós peñascos enemigos del poeta;
Adiós costas en donde se secaron las viñas,
Y cayeron los términos en los vosques de olivos.
Parto para una tierra de rosas y de niñas,
Para una isla melodiosa
Donde más de una musa me ofrecerá una rosa.»
Mi barca era la misma que condujo a Gautier
Y que Verlaine un día para Chipre fletó,
Y provenía de
El divino astillero del divino Watteau.
Y era un celeste mar de ensueño,
Y la luna empezaba en su rueca de oro
A hilar los mil hilos de su manto sedeño.
Saludaba mi paso de las brisas el coro
Y a dos carrillos daba redondez a las velas.
En mi alma cantaban celestes filomelas
Cuando oí que en la playa sonaba como un grito.
Volví la vista y vi que era una ilusión
Que dejara olvidada mi antiguo corazón.
Entonces, fijo del azur en lo infinito,
Para olvidar del todo las amarguras viejas,

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