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andar a pie hasta el Ministro y no cuenta siquiera con que pagar el tranvía. ¡Y eso que había hecho voto de riqueza!

—¡Salvadorcito, Salvadorcito! —le grita el teléfono.

Salvadorcito reconoce la voz del provincial y se pone a temblar. Salvadorcito era muy obediente.

—¡Mande su paternidad! —contesta y se pone de rodillas al lado del teléfono para que así esté más respetuoso, y eso que lo prohibía el voto de soberbia.

—¿Cómo te has dejado tú tentar por el enemigo del mal, aceptando por un momento la proposición de darnos una hacienda?

—¿Cómo, hijo mío? ¿No has visto en eso un lazo que nos está tendiendo el enemigo, inspirado sin duda por el condenado Rizal para que así nos enriquezcamos y seamos soberbios, poderosos y libertinos, porque el desgraciado Calambaino no quiere otra cosa sino que cumplamos con los votos de riqueza, soberbia y lujuria, que los sacrílegos fundadores se han impuesto? Nada, no vuelvas a escuchar semejantes ofertas ¡nada! Nosotros aquí, no sólo trabajamos y construimos nuestras iglesias con nuestras manos, no sólo sembramos y ayudamos a los pobres, sino también damos lo poco que nos dan, a los ricos y soberbios para que más nos tiranicen, para que su avaricia se aumente y nos exploten y arruinen más, para que nos pongan en las cárceles, nos destierren, etc… Así propagamos la ley de Cristo en todas partes, la predicamos en las islas a donde nos deportan, vienen más imitadores… Así no hay un solo igorrote, no hay un solo infiel en las montañas; todos se han bautizado, y todos nos explotan a fuer de cristianos. Lo que has de proponer al Ministro, para que nuestra doctrina triunfe, es que imite a los pretores romanos, que nos envíe gobernantes crueles, sanguinarios, que atropellen las leyes y nos persigan: así se despertarán los dormidos, se fortalecerán los tibios, se despertará la atención de los indiferentes que hay muchos, muchísimos… Acuérdate que para hacer triunfar una causa hay que perseguirla… ¡Anda y que nos persigan! Entretanto te impongo por penitencia, a ti que no eres jambuguero ni comediante, que te dejes retratar en diferentes posiciones pero siempre en actitud de meditar, de escribir un sermón, con una pluma en la mano y al lado de