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Por lo demás la mariposa parecía jugar con su ansia y sus cuidados. Posábase en una flor como esperándola luego volaba de pronto alejándose a toda prisa, después como para incitarla se acercaba y pasaba casi rozando sus hermosos labios; elevábase a veces, otras trazaba círculos en derredor suyo, ya tocando ligeramente el agua, ya parándose un momento en una rama, para trasladarse al instante a otra, siempre juguetona y caprichosa como la Galatea de Virgilio. Todas estas evoluciones arrancaban del pecho de Minang varias exclamaciones.

Yo por mi parte, quise seguir también a esta otra mariposa, y caminando con tiento iba recorriendo el río.

Paróse por fin la flor de los aires sobre una pequeña flor que se balanceaba a orillas del arroyo. Ella inclinada hacia delante acercábase con tiento, con la derecha presta a apoderarse del voluble insecto, con la izquierda en ademán de decir: espera. Años han pasado ya y aun me parece verla en aquella deliciosa actitud en medio de tantas flores. Ella casi tocaba ya las brillantes alas y tal cuidado ponía y tal emoción la embargaba, que veía temblar sus afilados dedos como si pudiesen ajar aquellos aterciopelados colores.

Pero yo no sé por que torpeza mía, dí un resbalón metiendo tanto ruido que espantó a la mariposa emprendiendo esta acto continuo un precipitado vuelo.

¡Ah! exclamó ella y se dibujó en sus ojos el pesar y la lástima. Y me lanzó una mirada llena de reproche y reconvención. Después parada y con los brazos colgantes contempló como se perdía entre el laberinto de ramas el objeto de sus persecuciones asomándose una triste sonrisa en sus hermosos labios.

Yo estaba confuso y abochornado y miraba también a la mariposa. Quería dar excusas, satisfacciones, pero nada se me ocurría en el momento. Volvióse ella y suspirando se acercó lentamente a su abuela.

Tomé entonces un partido y me alejé. A algunos pasos ví dos mariposas que iban volando trémulas de placer y de amor. Al verlas tan bellas, tan enamoradas, tan alegres de vagar y de encontrarse juntas a sus anchas me dió lástima sacrificarlas sus días de amor y de felicidad a mi amor propio. ¡Íbanse ellas, tal vez declarándose sus amores!

Egoísta dediquéme a perseguirlas y en pocos momentos cogí una. Mi corazón batió de placer y no obstante seguí