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los personajes, deleitemos en pintarlos, y para que, dándoles vida, nos sirvan como compatriotas en lejanos países. Son esos dulces reflejos de la mañana de un día: bien puede uno recrearse con su recuerdo, si a la caída de la tarde el cielo se oscurece y la tormenta se anuncia a lo lejos.


II

Era el mes de Abril de 187… Hacía pocos días que había salido del Colegio. Como la tierra y como los prados estaba yo entonces en la primavera de la vida: tenía cerca de diez y seis años y soñaba en las más ideales ilusiones. Todo me parecía bueno, bello y angelical como las brisas matinales, como las sonrisas del niño o como el misterioso coloquio de las flores. Los recuerdos del Colegio, mis profesores, amigos y compañeros, los estudios, las recreaciones y los paseos no se habían borrado aún de mi memoria y ocupaban casi todos mis pensamientos. ¡Que sueños y que proyectos me formaba yo entonces! Yo veía el mundo a través de un cristal que lo embellecía y poetizaba; lo veía al través de mi imaginación, no herida aun por el más leve desengaño, y me parecía que sus escenas y sus personajes todos eran dignos de amor, veneración y sacrificio. Niño, confiaba no hallar en mi camino dramas ni tragedias sino églogas e idilios, creía en el bien, y si era tímido, si tenía cierto instintivo miedo, si pensaba en el mal que solo creía forjado para hacer contraste con el bien, era que en mí había dos hombres: uno natural, confiado, alegre y presto a entregarse y dejarse seducir por la primera impresión, y otro, artificial por decirlo así, receloso, preocupado, efecto sin duda de coeducación y de las teorías. De aquí nacían combates, después dudas y vacilaciones y, si alguna vez vencía la naturaleza, solo conseguía una falsa victoria sacando de la lucha, como señales indelebles, una irritación, una melancolía hija de los vagos deseos no satisfechos. De seguro que si en aquella época hubiéraseme aparecido una hada que adivinando mis aspiraciones, (que yo mismo no conocía bien) me hubiera prometido satisfacerlos, de seguro que me hubiera dejado guiar pese a todas mis teorías y prevenciones.

En este estado moral que en vano uno analiza cuando se tiene delante, y que solo se conoce cuando ha pasado ya,