Página:Prosa por José Rizal (JRNCC, 1961).pdf/48

Esta página ha sido corregida
UN LIBRE PENSADOR


No he visto nunca en mi vida un ser más antipático que el libre-pensador.

Desde mi infancia yo le he tenido miedo, y horror en mi adolescencia. —Ahora yo no sé qué pensar de él.

Cuando niños, nos acostumbran a ver bajo este nombre un ser condenado por nuestra santa Religión o al menos por nuestros sacerdotes, un alma entregada al diablo porque no piensa como nosotros ni como los ministros de nuestro Dios; ya adolescentes, cuando, salidos apenas de los juegos infantiles y del regazo de nuestras madres, dejamos los cometas y los caballitos de madera, para discutir los eternos principios de la Moral, para sondear las profundidades del alma, para desenvolver y refutar tantos sistemas filosóficos, para penetrar en las inmateriales regiones, dédalos tal vez, de la Metafísica, y guiados por manos maestras llegamos hasta a descifrar todos los enigmas que pavimentan el camino de la vida; cuando, con la fe en el alma, el amor en el corazón y la confianza en todo nuestro ser, vamos admitiendo sin réplica ni duda, sin discusión ni reserva suficientes, todo lo que nos dicen nuestros grandes maestros, todo lo que se nos presenta como dogmático e infalible, entonces llenos de luz y de celo religioso concebimos un horror por esas ovejas descarriadas que se han dado a conocer con el nombre de libre-pensadores.

¡Orgullosos! les decíamos nosotros, almas huecas y vanas que no admitís más que lo que vuestra razón os dicta; que raciocináis sin partir de nuestros santos y saludables principios; vosotros, mezquinos de concepción, estrechos de espíritu, no comprendéis nuestras luminosas creencias, ¡ay de vosotros!

Y con tanta caridad como filosofía les veíamos condenados para toda una eternidad. Absolutamente exclusivistas, como debían de serlo, todos los partidarios de la verdad que no es más que una y que todo lo demás es mentira, huíamos su contagio, esquivábamos su presencia, cerrábamos nuestros ojos y nuestros oídos a sus escritos y a sus palabras.

38