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D. Estanislao Figueras, el eminente jurisconsulto, el ilustre demócrata, el expresidente de la República española.

Numeroso cortejo, compuesto de amigos, compañeros particulares y políticos le han acompañado a la última morada.

Muchas casas ostentaban enlutadas colgaduras, coronas y crespones.

Todas las clases de la sociedad estaban representadas: políticos, abogados, médicos, artistas, periodistas, obreros, etc. etc.

Se recordaban sus hechos, sus célebres frases, su honradez y sus altas cualidades políticas.

Un ilustre escritor ha dicho: nosotros damos y devolvemos a la tierra lo que es de ella.

Obedeciendo a esta ley común, todo el mundo se aniquila y muere no solamente para dar a cada uno lo que es suyo, sino para dar la vida a nuevos seres.

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Una hora después nace en la púrpura del trono una hermosa niña, una nueva infanta.

Catorce cañonazos, varios faroles blancos y una bandera blanca también anunciaron al pueblo de Madrid el fausto acontecimiento.

¡Cuántas esperanzas desvanecidas, cuántos proyectos risueños evaporados! Militares, empleados y estudiantes veían en el nacimiento de un infante, galones, ascensos, gracias y dispensas, y echaban allá sus cálculos, esperando más ansiosos que la misma familia real, la hora feliz del alumbramiento.

Así como ha nacido en coronada cuna, al arrullo de las auras palaciegas entre la luz, el poder y el oro; así como a su primer llanto sólo responden voces respetuosas, así sea también el resto de su vida, y mienta una vez más el dicho que la felicidad huye de los artesonados techos.

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Bielsa y Bargossi van a disputarse la corona.

Para el público entusiasta; para los paisanos del aragonés; para los bielsafilos y bargossifilos, ni Napoleón en la víspera de la batalla de Waterloo, ni Augusto preparándose contra