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dedicado muchas de sus bellas páginas.) Si en la extremada pobreza, engendradora del hambre, la miseria y las desgracias, que al infeliz de continuo acosan, un humilde hijo mío ha sabido elevar hasta mí sus cantos y armonizar sus acentos, al ofrecerme un tributo mucho más bello y precioso que mi carro reluciente e indómitos caballos; si en la hedionda mazmorra, funesto encierro para un alma que a volar aspira, su bien cortada pluma supo verter raudales de deslumbradora poesía, mucho más agradables y ricas que las linfas del dorado Pactolo, ¿por qué le hemos de negar la superioridad y no darle la victoria cual a ingenio el más grande que los mundos vieron? Su Quijote es el libro predilecto de las Musas, y mientras festivo consuela a tristes y melancólicos e ilustra al ignorante, es al mismo tiempo una historia, la historia más fiel de las costumbres españolas. Opino, pues, con la sabia Palas, y me perdonen los otros dioses que de mi parecer no participan.

Juno.—Si su mayor mérito consiste en haber soportado tantas desgracias, pues en lo demás a ninguno aventaja, si es que no sale vencido, diré también que Homero, ciego y miserable, imploró en un tiempo la caridad pública (lo que nunca ha hecho Cervantes), recorriendo pueblos y ciudades con su lira, única amiga, y viviendo en la más completa miseria. Esto bien lo recuerdas, ingrato Apolo.

Venus.—¿Y qué? ¿Y Virgilio no ha sido también pobre? ¿No estuvo mucho tiempo manteniéndose con un pan solo, regalo de César? La melancolía que se aspira en sus obras, ¿no dice lo bastante cuánto debió de haber sufrido su corazón sensible y delicado? ¿Habrá padecido menos que el brillante Homero y el festivo Cervantes?

Minerva.—Sin duda, todo esto es cierto; pero vosotros no debeis ignorar que Cervantes fue herido y cautivo por muchos en el inhospitalario suelo del África, donde apuró hasta las heces el cáliz de la amargura, viviendo con la continua amenaza de muerte.

(Júpiter hace demostraciones de estar conforme con Minerva.)