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y atentos cumplidos. Pero, tú, Júpiter, ¿por qué no intervienes en las disputas, y te estás ahí, como el ignorante que oye embobado las trilogías en las fiestas olímpicas?

Juno.—(En alta voz.) ¡Esposo! ¿Por qué permites que nos insulte así este monstruo deforme y feo? Échale del Olimpo, pues su aliento infesta. Además…

Momo.—¡Gloria a Juno, que nunca insulta, pues sólo me llama feo y deforme! (Los dioses se ríen.)

Juno.—(Palidece, su frente se arruga, y lanza una fulminante mirada a todos, especialmente a Momo.) ¡Calle el dios de la burla! Por la laguna Stygia… Pero dejemos eso, y hable Minerva, cuya opinión ha sido siempre la mía desde lejanos tiempos.

Momo.—¡Sí! Otra como tú, ilustres mequetrefes, que os hallais allá donde no debeis estar.

Minerva.—(Aparenta no oirla. Levanta su casco, descubre su severa y tersa frente, mansión de la inteligencia, y, con voz argentina y clara, exclama:) Te ruego me oigas, poderoso hijo de Saturno, que conmueves el Olimpo al fruncir tu ceño terrible; y vosotros, prudentes y venerados dioses, que presidís y gobernáis a los hombres, no tomeis a mal mis palabras, siempre sometidas a la voluntad del donante. Si por acaso mis razones carecen a vuestros ojos de peso, dignaos rebatirlas y pesarlas en la balanza de la Justicia. Hay en la antigua Hesperia, más allá de los Pirineos, un hombre cuya fama ha atravesado ya el espacio que separa al mundo de los mortales del Olimpo, ligera cual rápida centella. De ignorado y oscuro que era, pasó a ser juguete de la envidia y ruines pasiones, abrumado por la desgracia, triste destino de los grandes genios. No parece otra cosa sino que el mundo, extrayendo del Tártaro todos los padecimientos y torturas, los ha acumulado sobre su infeliz persona. Mas a pesar de tantos sufrimientos e injusticias, no ha querido devolver a sus semejantes todo el dolor que de ellos recibiera, sino por piadoso y demasiado grande para vengarse, trató de corregirles y educarles, dando a luz su obra inmortal: el Don Quijote. Hablo, pues, de Cervantes, de ese hijo de la España, que más tarde será su orgullo, y que ahora perece en la más espantosa