Oh! mientras el cielo a quien rendida adoro
Guarde mi frente de mancilla
Tranquila viviré, por más que el lloro
De la desgracia, bañe mi mejilla.
Una imperiosa necesidad me hace volver a escribir para el público. Se ha presentado ante él, con el epígrafe de Zoila, un libelo en el que su autor cubierto con la impunidad que ofrece el disfraz calumnia la reputación de la mujer escritora de una necrología. Yo, la escritora de ese papel, como mujer ni he podido ver sin afectarme profundamente, ni pasar en silencio el que tan sólo por satisfacer odios gratuitos, se ataque en público el sentimiento más caro de mi corazón: mi honor.
Cuando la calumnia, hidra espantosa, clava sus dientes envenenados en el créditos de una mujer virtuosa, sensible y digna, a ésta sólo le quedan tres medios de salvación—su conciencia tranquila.—la conciencia íntima de sus detractores y el sentido común de las personas sensatas.—Su conciencia tranquila para resistir a tamaña injuria sin que se destruya su vida o se desorganice su cerebro: la conciencia íntima de sus detractores para que se sientan toda la indignidad de atacar cobardemente la reputación de una mujer, y el sentido común de las personas sensa-