Magallanes, con orden de erigir allí un fuerte, lo que no ejecutó porque todos los reyes de estas islas, con insensata ambición, pretendían que se levantase en su territorio;[1] y Serrano, queriendo someterlos a todos al mismo tiempo, se proclamó soberano, aunque sólo con el título de pacificador. Ya veremos de qué manera fué la víctima de su ambición.
§ VIII. Ignoro qué derecho podría tener Magallanes a las mercedes de la corte; pero sus acciones prueban que poseía tanto valor como conocimientos, a pesar de que diga lo contrario el jesuíta Maffei, quien le acusa de tener más vanidad que mérito.[2] Si hemos de dar crédito a nuestro autor, debemos reconocer la moderación de las pretensiones de Magallanes, pues se limitaban a pedir al rey un aumento de paga de cien reis mensuales, según algunos autores, o de medio cruzado, según otros. Hay, no obstante, motivo para creer que durante su servicio a Portugal dio pruebas evidentes de valor y habilidad, puesto que el rey de España le hizo caballero de Santiago y le confió el mando de una escuadra.
§ IX. Según dice Maffei,[3] Magallanes, durante su estancia en Portugal, estuvo en correspondencia, tan frecuente como la distancia le permitía, con su amigo Serrano, quien le invitó a volver a las Indias y aun a llegar hasta las Molucas, indicándole la distancia que les separaba de Sumatra, isla para él muy conocida. Pero si se nos permite hacer conjeturas y tratar de adivinar las causas por los efectos, hallaremos que es verosímil que Magallanes se quejase a Serrano de los pretendidos agravios recibidos en la corte de Lisboa; que Serrano, tal vez amenazado por el virrey, al cual no había obedecido en la construcción de la for-