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66de mi pecho llevaba el vivo sentimiento de mi ingratitud; que la primera cosa que le suplicaba me dijese era si me permitía aún mirarle como mi amigo, después de haber merecido tan justamente perder su estima y su afecto. Respondióme, con el tono más dulce, que nada podría hacerle renunciar a esa cualidad; que mis propias desgracias, y, si le permitía decirlo, mis desórdenes, habían redoblado su ternura hacia mí; pero que a ella se mezclaba un dolor muy vivo, como el que se siente por una persona querida a quien se ve correr a su perdición sin poder socorrerla. Nos sentamos en un banco.

"¡Ayl—dijele, ccm un suspiro que salía del fondo de mi corazón. ¡Vuestra compasión debe ser excesiva si me aseguráis que iguala a mis penas! Me avergüenza manifestarlas, pues confieso que su causa no es nada gloriosa; pero el efecto es tan triste, que no se necesita quererme tanto como vos para enternecerse." Me pidió, como prueba de amistad, que le contase todo lo que me había ocurrido desde mi salidade San Sulpicio. Satisfice su deseo, y, lejos de disfrazar en lo más mínimo la verdad, o de disminuir mis faltas para hacerlas más excusables, le hablé de mi pasión con toda la fuerza que me inspiraba.

Se la presenté como uno de esos golpes especiales del destino, que se aferran a la ruina de un desgraciado, y contra los cuales no puede defenderse la virtud, como tampoco pudo preverlos la cordura. Le hice una pintura viva de mis agitaciones, De alty by