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dí el sentido de la farsa; le propuse se alojara en una posada, cuyo dueño, establecido en Amiens, después de ser mucho tiempo cochero de mi padre, me era completamente adicto.

La llevé yo mismo, mientras el viejo acompañante gruñía un poco, y mi amigo Tibergo, que no entendía una palabra de toda aquella escena, me seguía sin desplegar los labios. No había oído nuestra conversación. Habíase quedado paseando en el patio mientras yo hablaba de amor a mi bella amante. Como temía su cordura, me libré de él, rogándole que me hiciera un encargo. De este modo, al llegar a la posada, tuve el placer de encontrame a solas con la soberana de mi corazón.

Pronto comprendí que era menos niño de lo que yo suponía. Mi corazón abrióse a mil sentimientos de placer, de que nunca me formara idea.

Un calor dulce se difundía por mis venas. Estaba en una especie de transporte, que por algún tiempo ahogó mi voz y sólo se expresaba por mis ojos.

La señorita Manón Lescaut, así me dijo que se llamaba, parecía muy satisfecha de aquel efecto de sus gracias. Creí notar que no estaba menos emocionada que yo. Me confesó que me hallaba agradable y que la encantaría deberme su libertad.

Quiso saber quién era yo, y, al saberlo, su afecto aumentó; pues siendo ella de cuna vulgar, le halagaba la idea de haber conquistado a ially