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aparecer a G M; entonces me separé algunos pasos, ocultándome en la obscuridad, para ser testigo de tan extraordinaria escena. El guardia de Corps le abordó, pistola en mano, y le explicó con mucha cortesía que no pretendía matarle ni robarle; pero que si hacía la menor resistencia a seguirle, si profería el más ligero grito, le saltaría la tapa de los sesos. G M, que le vió acompañado por tres soldados y temió, sin duda, al cañón de la pistola, no se resistió. Vi que se o llevaban como un borrego.

Yo me volví en seguida a casa de Manon, y para alejar las sospechas de los criados, le dije al entrar que no debíamos esperar a G M para la cena, pues tenía unos asuntos que lo entretendrían, a su pesar, y que me había rogado que fuese a disculparle y a cenar con ella, cosa que yo consideraba como un gran favor tratándose de tan bella dama. Ella secundó muy bien mi proyecto.

Nos sentamos a la mesa, manteniéndonos en una actitud muy grave mientras estuvieron presentes los lacayos. Por fin los despedimos, y pasamos una de las mejores veladas de nuestra vida. Ordené en secreto a Marcelo que buscara un coche y le previniera que a las seis de la mañana del día siguiente estuviese a la puerta.

Fingí que me marchaba a las doce; pero volví a entrar tácitamente con auxilio de Marcelo, y me dispuse a ocupar la cama de G M, del mismo modo que ocupé su puesto en la mesa.

Mientras tanto, nuestro mal espíritu trabajaba welly