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la amistad, considerando los medios de conseguir la felicidad, las flaquezas de la naturaleza que nos alejan de ella y los remedios que pueden curarlas. Horacio y Boileau señalan esta empresa como uno de los rasgos más bellos que forman la imagen de una vida feliz. ¿Cómo, pues, ocurre caer tan fácilmente de estas altas especulaciones y hallarse de pronto al nivel del común de los hombres? Mucho me equivocaré si el razonamiento que he de aportar seguidamente no explica tal contradicción entre nuestras ideas y nuestra conducta:

y es que como los preceptos morales no son más que principios vagos y genéricos, resulta muy difícil aplicarlos particularmente al detalle específico de las acciones y de las costumbres.

Pongamos un ejemplo: las almas bien nacidas comprenden que la dulzura y la humanidad son virtudes estimables, y se sienten inclinadas a practicarlas; pero en el momento de obrar muchas veces quédanse en suspenso. ¿Es la ocasión precisa?

Se sabe en qué medida debe hacerse aquello?

¡No se engañarán acerca del objeto?

Cien dificultades detienen: se teme ser engañado queriendo ser bienhechor y liberal; pasar por débil, apareciendo demasiado tierno y sensible; en una palabra, excederse o no llegar a cumplir los deberes que se encierran de una manera demasiado obscura en las nociones generales de humanidad y dulcedumbre. En esta duda, solamente la experiencia o el ejemplo pueden determinar de modo razonable la inclinación del corazón. Pero la expey alty