Página:Prevost - Manon Lescaut (1919).pdf/109

Esta página no ha sido corregida
107
 

la mesa; las cogí, y le rogué que me siguiera, haciendo el menor ruido posible.

Vióse obligado a decidirse. A medida que avanzábamos y que abría una puerta, repetíame con un suspiro: "Ah, hijo mío! ¿Quién había de creerlo?" "Nada de ruido, padre", replicaba yo a cada momento. Por fin llegamos a una especie de barrera que defiende la puerta grande de la calle.

Ya me creía libre, y estaba colocado detrás del padre, con la pistola en una mano y la bujía en la otra.

Mientras él se apresuraba a abrir, un criado, que dormís en un cuarto cercano, oyendo el ruido de los cerrojos, levantóse y asomó la cabeza a su puerta. El buen padre, sin duda, le supuse capaz de detenerme. Le ordenó con notoria imprudencia que fuera en su auxilio. Era un bribón formidable, recio, que se lanzó sobre mí sin vacilar. Yo no me anduve con rodeos: le di un tiro en el pecho.

"Ved lo que habéis provocado, padre—dije, arrogante, a mi guía—. Pero que ello no os impida terminar", añadí, empujándole hacia la última puerta. No se atrevió a negarse a abrir. Salí felizmente, y a cuatro pasos encontré a Lescaut con dos amigos, que me aguardaban, cumpliendo su promesa.

Nos alejamos. Lescaut me preguntó si no había sonado un tiro. "Ha sido culpa vuestra—le dije—.

¿Por qué me llevasteis cargada la pistola?" Sin embargo, le di las gracias por haber tenido aquella precaución, sin la cual estaría seguramente en Sky Loty