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La sangrc que rojeaba sobre su ebúrnea frente,
Formándole una aurcola de púrpura esplendente,
Fué el óleo del martirio que su cabeza unjió;
Y el pálido destello de su postrer mirada,
La luz que se apagaba en la ara ensangrentada
Despues que el sacrificio fatal se consumó.


¡No, Cárlos! no levantes, la generosa frente
Pidiendo como el Cristo, con voz desfalleciente,
Para los tigres fieros el bíblico perdon.
¡Malditos los que hundieron en tu lozano cuello
La daga ya mellada, el hierro del degüello
Tornando con tu sangre, mas rojo su pendon.


¡Retumbe desde el Plata hasta los mas lejanos
Confines de la patria, hasta los mismos llanos,
Cuyo verdor tu sangre preciosa enrojeció,
La maldicion que lanzan los pechos argentinos
Sobre esa turba aleve de frios asesinos
Que ni en el héroe al niño siquiera respetó!