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A tu férvido culto no buscaste
Áltares ile oro y jaspe:— la doctrina
De amor y de perdon que propagaste,
Llenando el orbe con tu voz divina,
Encontré una tribuna donde quiera
Que á tu paso hubo un hombre que la oyera.


Desde los verdes valles de Bethlehem
Hasta la falda en que el Jordan serpéa,
Desde Getsemaní á Jerusalem,
y en toda la estension de Galilea,
En el llano, en el monte, en la quebrada,
Tu rodilla, Señor, está estampada.


Hoy yo quiero doblarla, Jesús mio,
Alzando á tí la miserable frente,
Sobre la roca que horadó el judío
Para clavar en su furor demente
El leño desde el cual, tú, moribundo,
Una herencia de amor dejaste al mundo.