Página:Poesías de don Mariano Melgar (1878).pdf/134

Esta página ha sido corregida
128

Salió; y dicen que al pié de un peñon alto
Que al desierto Estrimonio esta vecino,
Lloró por siete meses continuados,
Repasando en su cueva su martirio;
Á las altas encines comoviendo,
Y amansando á los tigres con gemidos.
Cual triste ruiseñor, bajo la sombra
De un árbol, llora sus perdidos hijos,
Que un labrador cruel que le acechaba,
Tiernos, sin plumas, los robo del nido,
Llora la noche entera en una rama,
En llanto exhala todo su conflicto,
Y llena el campo de sus tristes quejas.
No distrajo su espíritu abatido
Beldad ninguna, ni himeneo dulce;
Solo vagaba por el suelo frío
Del Hiperbóreas, y aguas congeladas
Del Tánais, y en los campos perseguidos
De las lluvias Riféas incesantes;
Lamentándose el don ya fenecido
De Pluton, su Eurídice perdida,
Despreció en su dolor los atractivos.
De las crueles bacantes de la Tracia.
Ellas airadas, en honor divino
Víctima le hacen de su numen Baco;
Y en medio de nocturnos sacrificios
Despedazan al jóven, y derraman
Por el campo sus miembros divididos:
Arrancada del cuello de alabastro,
Nadando en medio del Ocagrio rio,
Su cabeza. Así muerto, todavía
Su fría lengua y el aliento mismo
Á Eurídice á Eurídice llamaban;