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Los montes que dominan el Euxino.
Las cumbres del Rodope y del Pangeas,
La Tracia toda, el Ebro cristalino,
El Atica y los Getas lamentaron.

«Por dar el triste Orfeo algun alivio
A su amor dolorido, con su lira
En la rivera escueta sin testigo,
Á tí, dulce consorte, á tí en la aurora,
Á tí al anochecer clamó aflígido,
Y aun entró por las fauces del Averno:
El negro horror del bosque más sombrío
Atravezó se presentó á los Manes
Y á su tremendo Rey: á esos impíos
Que no saben ceder á humanos ruegos.
Cantó, y las leves sombras del Abismo
Y simulacros fríos de los muertos
De su profundo asiento conmovidos
Salieron; como vuelan, si anochece
O si en invierno cae cruel rocío,
Á esconderse en la selva miles de aves,
Salieron los cadáveres ya fríos
De padres, madres, héroes valientes,
De doncellas, de jóvenes, de niños
Quemados á presencia de sus padres,
Á quienes aprisiona el negro limo,
La agua insurcable del calmoso lago,
La inculta cañavera del Covito,
Y la Estigia formada en nueve vueltas.
Hasta la propia casa y hondo abismo
De la muerte y las furias, que de negras
Sierpes tienen el pelo entretegido,
Se asombraron: abiertas sus tres bocas