Página:Poesías de Garcilaso de la Vega (1919).pdf/21

Esta página ha sido corregida
19
 

Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se me apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño
enternecerme siento, que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan.
Sin que de allí se partan,
con suspiros calientes,
más que la llama ardientes,
los enjugo del llanto, y de consuno
casi los paso y cuento uno a uno;
juntándolos, con un cordón los ato:
tras esto el importuno
dolor me deja descansar un rato.
Mas luego a la memoria se me ofrece
aquella noche tenebrosa, escura,
que tanto aflige esta ánima mezquina
con la memoria de mi desventura.
Verte presente agora me parece
en aquel duro trance de Lucina,
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieras amansar, que agora es muda;
ine parece que oigo que a la cruda,
inexorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?
¿Ibate tanto en perseguir las fieras?
Ibate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crueza,
que, conmovida a compasión, oído