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Evaristo Carriego.

De mis celos, sí, lo digo, tal me tienen
las hazañas del cuidado caballero,
a quien sueña usted señora, contemplando
sus halcones, con la escala de Romeo.

¡Oh, señora, mi señora! son las doce...
¿Hasta cuándo piensa usted seguir leyendo?
¡Hay valor en su tenaz indiferencia
que no teme los peligros del silencio!...

Son las doce: ya se aprontan los aleves,
los galantes foragidos de los besos,
a cruzar la callejuela de unos labios
donde anoche asesinaron al Ensueño...

¡Ay, entonces, de las bocas asaltadas
por los rojos embozados del Deseo!
¡Ay de usted señora mía si la encuentran...
¡Que la salve su hazañoso caballero!