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Evaristo Carriego.

...He leído tu libro. Un saludo levanta
la voz del entusiasmo, que perdura y que canta;

la voz alentadora de buenas expansiones
en las largas teorías de nuestras comuniones.

Aquel señor tan loco... — Único hijo de Dios,
y Unico Caballero — nos hermanó a los dos.

(Y eso que tu quisiste, no sé por qué crüel
sospecha inconfesable, serle una vez infiel...

Mas, ya estás perdonado. Pero en verdad te digo
que en otra no te escapas sin sufrir tu castigo...)

En la calma severa de las meditaciones:
dolor de tus constantes inquietas obsesiones,

ideando el derrotero de los rumbos plausibles
se enfermó tu cabeza de ensueños imposibles...

Te veo como äntes, duro en el Bien y el Mal,
pictórico de un ansia de vida ascensional.

De tus actuales fórmulas hiciste las amadas
que en la expansión te ofrendan bellezas flageladas.

Has volcado el consuelo de tu mejor augurio
en el vaso de angustias: el cáliz del tugurio.