y acallando la grita de los puros y audaces.
(Mi aporreado maestro no hubiera permitido
que mease en su celada ningún recién parido).
Los yangüeses de marras, prontos en sus desmanes,
cuidan yeguas ajenas y se llaman rufianes.
A la Justicia — ¡pobre reina Micomicona! —
cualquiera Malambruno le hürta la corona.
— Los andantes del día, se salen del camino
si ven a la distancia las aspas de un molino;
aunque hoy poco valdrían los hidalgos gentiles
fuertes perseguidores de pícaros y viles,
pues doncellas y viudas hallan amparo en esos
burdeles de oratoria con nombre de Congresos. —
Muy semejante a aquello — quizás en lo aromado —
que cuando los batanes hizo Sancho apremiado
por urgencias mayores, en situación bien crítica,
hay aquí cierta cosa que se dice política.
Los gobernantes gozan de mil prebendas diarias
y se rascan y comen en estas Baratarías,
porque en pos del misterio de los grandes destinos
nadie baja a la honda cueva de Montesinos.
En fin... quietos curiosos: malicio que ya es mucha
peroración, y acaso me merezca una ducha
del jayán enfermero cuidador de mis males,