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Evaristo Carriego.

como emblema del siglo, una bolsa y un vientre...
Y así va todo esto: de la misma manera
que en los menguados tiempos de la pasada era.
Los potentados, viven de prematuros cielos,
y los que nada tienen que se lo papen duelos...
De las lanzas famosas de las justas de antes
hoy, harían bastones los duchos comerciantes,
y, sacando provecho, del yelmo del Mambrino
venderían quincallas para guardar tocino.
Si se habla a Dulcinea de amorosas pasiones
no es mucho que se mezclen venteriles razones.
Los valientes envíos, vizcaínos y gigantes,
ahora se traducen en perlas y brillantes.
Basilio está de malas: aunque audaz el muchacho,
sus industrias no valen las ollas de Camacho.
Hasta Aldonza Lorenzo, la hija de Corchuelo,
reniega de los callos que heredó de su abuelo.
— Si bien ya es una dama, no sé porque barrunto
que el olor de los ajos anda muy en su punto. —
Para los que libertan recuas encadenadas,
ahora como entonces hay asaz de pedradas.
Ginesillo, ha dejado de ser titiritero:
por sospechosas artes ha ascendido a banquero.
El barbero y el cura, pregonando sus ciencias,
en buenas migas, raspan y escrutan las conciencias.
El bachiller Carrasco, sin reposar momento,
pontifica en la cátedra de su doctoramiento,
deslumbrando a los bobos, que serán sus secuaces,