¿no se lo dirá a su hijo... al hijo viejo?
¡Vamos, madre, no llore, sea buena,
no nos aflija más... basta!» — Y la dejo
calmada, libre al fin de la amargura
de su congoja atroz, y así se duerme!
¡húmedas las pupilas de ternura!
¡Ah, Dios no quiera que se nos enferme!
Es mi preocupación... ¡Dios no lo quiera!
Es mi eterno temor. ¡Vieras! no puedo
explicártelo. Si ella se nos fuera
¿qué haríamos nosotros? Tengo miedo
de pensarlo. Me admiro
de cómo ha encanecido su cabeza
en estos meses últimos: la miro,
la veo vieja y siento una tristeza
tan grande... ¿Esa aprensión nada te anuncia
hermana? Tú tampoco estás tranquila:
tu perdida alegría te denuncia...
También tu corazón bueno vigila.
Yo no sé, pero creo que me falta
algo cuando no escucho
su voz. Una inquietud vaga me asalta...
Hay que cuidarla mucho, hermana, mucho...
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Poemas Póstumos.