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Evaristo Carriego.
A vos, duque de Lorena,
el de la cara cortada.
No ya caído el embozo,
solo, en la noche desierta,
ahogando vuestro ardor mozo
acecharéis cierta puerta.
¡No! Ya no furtivamente
a la hora de la queda,
a vuestro oído impaciente
llegará el rumor de seda
de un vestido:
« — Dios os guarde
monseñor... La noche es fría...
Vamos, seguidme, que es tarde... »
Voz juvenil que decía
con acento picaresco:
« — Dejad pasar, es amigo...»
al centinela tudesco
que vela junto al postigo
con soñoliento desgano.
Ya no como sombra vaga
cruzaréis, firme la mano
en el puño de la daga,
por desiertos pasadizos
de negruras torvas, hondas,
lejos de reitres y suizos
que, ya giradas sus rondas,
como al calor familiar