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Misas herejes.

Por eso, honradamente, se pesan las bondades
del genio, en la balanza de las utilidades,
y si a los soñadores profetas se fustiga
hay felicitaciones para el que echa barriga.

Y ésto no tiene vuelta, pues está de por medio
la razón, aceptada, de que ya no hay remedio...
Como que cuando, a veces, en el Libro obligado
la Biblia del ambiente, de todos manoseado,
hay un gesto de hombría traducido en blasfemia,
por asaz deslenguado lo borra la Academia...
La moral se avergüenza de las imprecaciones
de los sanos impulsos que violan las nociones
del buen decir. El pecho del mejor maldiciente
que se queme sus llagas filosóficamente,
sin mayor pesar, antes de irrumpir en verdades
que siempre tienen algo de ingenuas necedades,
porque quien viene airado, con gestos de tragedia,
a intentar gemir quejas aguando la comedia,
es cuando más un raro, sonador de utopías
que al oido de muchos suenan a letanías...
Por eso, remordido pecador, yo me acuso
— preciso es confesarlo — de haber sido un iluso
de fórmulas e ideas que me mueven a risa,
ahora que no pienso sino en seguir, aprisa,
la reposada senda, libre de los violentos
peligros que han ungido de mirras de escarmientos
las plantas atrevidas que pisaron las rosas