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Evaristo Carriego.

...¿Su cuñada? ¡Qué cambio! Parece cuento,
siempre encuentra disculpas, y hasta le ruega
no insistir, pretextando su retraimiento
desde que la hermanita se quedó ciega.

Las mujeres distraen, de cuando en cuando,
a la vieja que anoche, no más, reía
fingiéndose conforme pero dudando:
— ... al fin era la ayuda que ella tenía. —

La afligen los apuros. Llora, temiendo
las estrecheces de antes ¡y con qué pena!
piensa en el hijo ausente que esta cumpliendo
los tres años, tan largos, de su condena...

La crítica se muestra muy indulgente:
— Las personas han sido mejor tratadas
que otras veces, sintiendo, naturalmente,
que «hayan habido» algunas bromas pesadas...

En cuando a las muchachas ¡con unos aires!
como si trabajasen de señoritas...
¡Han dejado la fama de sus desaires
llenas de pretensiones las pobrecitas!

Sin entrar en detalles sobre el odioso
golpe de circunstancias, alguien se queja
preguntando a los hombres quién fué el gracioso
que se llevó a los novios de la bandeja.