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Misas Herejes.

En las castas horas de amables ensueños,
son, regularmente, como nadie parcos
en el decir, pero se tornan risueños
cuando beben agua de luna en los charcos.

Gozan la primicia de las confidencias
en los soliloquios de los criminales,
y, como sus dueños, buscan las pendencias
y aman los presidios y los hospitales.

De noche, consuelan la angustia infinita
de las incurables que en los conventillos
dulcemente lloran a la Margarita
que muere en las teclas de los organillos.

Puntuales consignas, jamás olvidadas,
son los que despiertan, fielmente severos,
a las obreritas, en las madrugadas
que anuncian las dianas de los gallineros.

Se entristecen cuando la mujer insulta
— ... a ese sinvergüenza que aun no ha venido.
Y en su compañía descubren la oculta
lejana cantina donde está el marido.

Final de la ofensa nunca perdonada,
rencor de los héroes de almas agresivas,
gustan la belleza de la puñalada
que alcanza a las locas muchachas esquivas.