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VI

donde el conventillo pone sus notas típicas al lado de la modesta casita donde la familia bien, pero venida a menos y relegada al suburbio, pone un suave aroma de placidez burguesa.

Evaristo Carriego ha sido el cantor de los tipos que han construído a la gran metrópoli; ha sido el evocador, en versos llenos de una rara sencillez a veces, otras de una vaga y extraña solemnidad, de esos modestísimos seres que en las grandes ciudades aplasta el dolor oculto. En sus composiciones está la vida argentina, no solamente la bonaerense, porque la creación se repite en cualquier punto de la república donde una nueva ciudad se funde y la obra recomienza.

Pintor de las costumbres de una época, sus libros tienen derecho a perdurar en el alma de su pueblo. Esa obra que deja, empero, está destinada a un éxito más alto. No era Carriego de los que podían satisfacer su necesidad de gloria limitándola al aplauso de los suyos. Y si la muerte interceptó sus pasos, impidiéndole dar a su obra toda la extensión que a altas esperanzas correspondía, sus amigos, numerosos y fieles, han tomado a su cargo la tarea de permitir la realización de sus deseos.

De ahí el empeño con que un grupo de camaradas realizó la compilación de estas Poesías y la adhesión espontánea de todos los que con su auxilio pecuniario se ofrecieron a sufragar los gastos de edición, de manera que el producto de la venta, sirviera para recordar, ya que honrada lo es en todos los espíritus y enaltecida queda por sí misma, la memoria del poeta.

Obra es esta que no necesita de prólogos. Ca-