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Esa sonrisa desdeñosa, amarga,
Que el fuego santo de la mente enfria,
Que hiela el eco de la voz del vate,
Cuando suspira.

Esa sonrisa tan cruel, que ahoga
Gratos sonidos de armoniosa lira
Que las miserias condolida canta
De nuestra vida.
 
Oh Dios! si al hombre que tu fé venera,
Y á quien la duda sin cesar agita,
No lo sostiene tu poder inmenso,
Señor, vacila.

Porque el combate que su pecho sufre
Y que carcome su lozana vida,
Oh Dios, se aumenta y cada sol acrece
Su noche umbria.

Ayer el llanto humedeció mis ojos,
Que derramaron en la tumba fria
De virjen pura, que ofreciera acaso
Durable dicha;

Pero fué el llanto que el cristiano vierte,
Cuanto ante el cielo su cerviz humilla,
Y acata ciego sus supremos juicios
Y se resigna.

Fué una plegaria que exaló mi labio,
Una armonia que elevó mi lira,
Que crei dejara algún consuelo leve
Al alma mia