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proscripciones en masa: la apoteósis ya no se obtiene arrancando banderas para colgar la techumbre de los templos, sino presentando el pecho al plomo del verdugo: en vez del campo de batalla, el cadalso: en lugar del héroe, el mártir.

Pero aquí, el lugar se estrecha; la lucha se agota, por qué la anarquía y la tirania no tienen porvenir: el dominio pleno és para ellas un síntoma de muerte. Todos sus estravíos, todos sus delitos, su violencia sobre todo, sirven á hacer mas rápido su descenso. Caen por que deben caer, como cae la piedra arrojada en el vacío.

Ese desorden que sobre todos pesa, que á todos lastima; que separando al hombre, por la violencia ó el tedio, de la vida esterna de la sociedad lo concentra en su vida intima, como para llorar en sus propios infortunios los infortunios públicos, lo llama á mejores ideas, á meditaciones severas; compara, analiza, y la mano del crimen entronizado ó de la anarquia delirante, lo empeña en el estudio de los males que lo aflijen. Su individualidad se transforma entonces, si disecada ya por el vicio no se ha convertido en un cadaver.

Esas transformaciones no pueden encerrarse en el hogar domestico: una fuerza invisible las empuja: el hombre se siente obligado é impelido por su instinto, por una voz interior, á estender y hacer dominar en rededor suyo la mudanza, la mejora que ha esperimentado interiormente.