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nosotros, una gran mudanza literaria se operaba en Europa, y derramaba una nueva luz que debia proyectarse en nuestras playas, con tanta mas fuerza cuanto es mas directa la influencia del pensamiento francés. —Trazemos lijeraraente la imájen de esta lucha, ya que se han traido á nuestra casi desierta arena literaria las clasificaciones, soberanamente absurdas, de clásicos y románticos.

Ocioso seria hoy empeñarse en demostrar la inconveniencia de algunas reglas, acomodadas á los gustos de las antiguas sociedades, y sujetas, por lo mismo, á las alteraciones que necesariamente producen los tiempos y las condiciones de otra civilizacion. Esta inconveniencia ha quedado fuera de cuestion, y un escritor remarcable por su moderacion, autor de una de las varias imitaciones del Edipo de Sófocles, confiesa con lisura que nada mas acertado ni conveniente que dejar á la imajinacion un vastísimo espacio para que campée con desahogo, sin hostigarla á seguir paso á paso las huellas de los antiguos. [1]

El arte que sacrificaba el fondo á la forma; que menospreciando los tesoros de la verdadera religion— aun despues de colocados á tan buena luz por el célebre Chateaubriand— no profesaba mas culto que el de los impúdicos dioses del paganismo; que cuando la sociedad se ajitaba, se convulsionaba, se despedazaba, permanecia tranquilo como un lago de agua muerta, cuya superficie no

  1. Martinez de la Rosa.— Obras Literarias.