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LXIV
PRÓLOGO.

más de otras que no es preciso enumerar, y examiné minuciosamente los preciosos manuscritos que encierra la Biblioteca Laurenciana de Florencia.

No especificaré las traducciones por mí consultadas; sólo sí manifestaré á usted el placer que sentí al ver que en ningun punto esencial habia errado, y que, como version, puede la mia sostener el cotejo con cualquiera de las que se han hecho hasta el dia. Particular satisfaccion me causó el ver la traduccion expurgada de un docto clérigo anglicano, cuyo nombre cometí la indiscrecion de no apuntar. No parece sino que nos habíamos puesto de acuerdo sobre los puntos que debian omitirse, y sobre el modo de hacer las convenientes sustituciones de palabras y frases. Si en algo diferimos, es en que yo he sido más escrupuloso al expurgar que el ministro protestante; y esto me tranquiliza más y más al dar á luz las poesías de Teócrito, pues no creo que los oidos meridionales sean más delicados que los ingleses.

Teócrito, al pintar la vida campestre, copió lo que veía sin reticencia alguna; y al expresar las pasiones de los pastores, no se paró á considerar si eran ó no conformes al deber y á los instintos naturales; de igual manera que San Pedro Damiano no tuvo reparo en describir los idénticos desordenados afectos, que en su tiempo predominaban á despecho del cristianismo. Y será esto una razon para que los condenemos, y miremos con horror cuanto han escrito? Si el primero no profirió una