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LXII
PRÓLOGO.

Estas líneas trazaba mi pluma en vísperas de un largo viaje á Europa, Africa y Asia. A mi vuelta á América ya me era imposible disfrutar de aquella quietud y aquel ocio, si no indispensables, al ménos muy provechosos para los trabajos literarios.

Revestido de una dignidad que solo me traia sinsabores; condenado por mi arduo ministerio á una vida errante, agitada y de incesante ocupacion, me fué preciso hacer pedazos lira y zampoña; y el báculo, que á Valbuena no impidió sonar la épica trompa ni el caramillo pastoril, entregado á Ipandro Acaico en sus verdes años, cortó el vuelo á su Musa casi adolescente. Pasó mucho tiempo sin que soñara escribir ni un solo verso, y creía que desde 1870 habia sonado la hora de exclamar con el Vate Latino:

Nunc itaque et versus, et cætera ludicra pono.

Me engañé. Acontecimientos que usted conoce, me hicieron volver á pulsar la zampoña á principios de 1875, más bien por distraccion y juguete, que con el intento deliberado de consagrarme otra rez á la poesía. Mis quehaceres y sinsabores, en vez de disminuir, se habian centuplicado; pero esto mismo hacía que las Musas me suministrasen doble consuelo en medio de las amarguras que me aquejaban. Las noches insomnes me parecian breves, cuando las llenaba traduciendo algun pasaje de Teócrito; y los ardores del sol tropical se templaban para mí, cuando al trote sobre mi no cansado